Artículo compartido en Susurros de luz

Por eso repartimos alimentos, nos alimenta el alma.

Una mañana de voluntariado más, no es de las más frías pero se nota estar varias horas de pie esperando a repartir todo lo que llevamos a la puerta de la Casa de Baños en la glorieta de Embajadores. Siempre comentamos lo que se debe sentir dormir al raso toda la noche si por unas horas acabamos helados…

Una mañana más de voluntariado repartiendo calor humano, sintiendo el afecto y la gratitud de los que reciben nuestra ayuda. Hoy hemos dado kits de aseo y hemos pagado las duchas de unas 90 personas. También hemos repartido ropa donada por Mila y Graciela, zumos energéticos, galletas de chocolate, plátanos y yogures, cafés e infusiones donado todo por la Fundación Banco de Alimentos de Madrid. Gracias a ello y a las aportaciones que nos hacen amigos, cooperantes y voluntarios, podemos hacer nuestra labor. Una labor voluntaria a la que nadie nos obliga.

Cuando se nos pregunta por qué lo hacemos siempre respondemos que es una terapia, hasta las mejores psiquiatras como Marián Rojas Estapé la recomiendan para que encontremos nuestro Ikigai, maravillosa palabra japonesa que viene a decir “un sentido a nuestra vida”, o lo que es lo mismo: nuestro lugar en el mundo.

A mí me gusta servir, lo llevo en mi apellido, Escudero. Y me gusta hacer que las cosas bellas sucedan. Por eso, cuando estamos sirviendo Estela, Javier, Desam, Mila o yo, semana tras semana en el mismo lugar, se nos ve y eso nos hace ser estímulos positivos para muchas personas.

Nosotros no “atendemos” al que creemos necesitado sino a los que creemos que tenemos la vida fácil. Ofrecemos al prójimo la opción de encontrar el preciado Ikigai.

Una mañana de voluntariado como la de hoy hemos recibido la atención de una mujer que pasa todas las semanas y se conmueve a vernos. Hoy se acercó a Desam y nos donó cinco euros, con una lágrima corriendo mejilla abajo, porque le gusta lo que hacemos. Quizás tiene ganas de dar más pero su economía no se lo permite. 5 euros es mucho cuando se entrega con tanto amor.

Una mañana de voluntariado como la de hoy, en la que los astros se alinean para que sintamos muchas más emociones, pasa un joven pidiendo un café. Estela o Mila, da igual quien porque todos somos uno, sin preguntar dónde duerme, le sirve un café. El joven no quiere nada más. Se lo toma a un lado de la glorieta mientras observa el trabajo de las voluntarias. Se acerca de nuevo y nos dice que él tiene trabajo, que no necesita nuestra solidaridad y se va al supermercado que hay al otro lado de la calle y nos trae varias bolsas llenas de donuts. Se los da a Desam quien muy hábilmente le dice que se ponga a repartirlos él. Maravilloso ser que además nos hace de traductor con personas del norte de África. Nos cuenta que no entiende como compatriotas suyos acaban robando, que él vino hace años, estudió y trabaja mucho. Entre unas cosas y otras, mientras charla reparte los bollos y los compatriotas le dicen que mejor les de “chocolate” no bollos. Nuestro amigo nos dice que esa actitud le molesta porque “no todos los musulmanes venden hachis y por ellos tenemos mala imagen”.

Una mañana de voluntariado como la de hoy, da sentido a nuestra labor y a nuestras vidas. No hace falta escucharlo en conferencias de prestigiosas doctoras, lo mejor es vivirlo pues ese es nuestro IKIGAI, hacer que las cosas bellas sucedan, por eso lo contamos con humildad, amor y gratitud.

 

El amor que sentimos es tan grande que no hay palabras que representen nuestro gozo.

Gracias por hacerlo posible.

Gracias

Gracias

Gracias

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