El pasado sábado fui a escuchar un concierto de despedida de un amigo que dirige un coro, Ion Alberdi. Dirigió, y cantaron en una suerte de fusión de dos coros bien dispares, el Réquiem de Fauré. Fue espectacular.
Tuve la gran fortuna de estar sentado a los pies de un reclinatorio, justo en posición meditativa.
Verles cantar, ver dirigir al director, es impresionante, pero en un estado como el que viví el sábado, durante buena parte del concierto cerré los ojos y me permití sentir las ondas vibratorias sonoras en todo mi ser.
Las palmas de mi mano apoyadas en mis rodillas, palmas hacía arriba, salía fuego de ellas, me ardían. Sentía como una conexión con la inmensidad del Todo a través de la música. Una conexión hermosa, especial, llena de amor.
Me dejé llevar por la belleza del momento. Encontré un momento para mí, me permití sentir, que mis pensamientos nocivos se alejaran de mi cabeza para que mi corazón pudiera sentir todo su poder… y amé, amé el momento, a las personas que me rodeaban, a cada componente del coro, al director. Amé la vida ya la Fuente creadora que permite que un sábado como este, pudiese disfrutar de un regalazo para los sentidos.
Ese fue uno de esos momentos por los que vale la pena vivir, aceptar la abundancia de placeres que el Universo tiene preparados para nosotros… y además gratis.
Gracias, Ion, por hacernos sentir