Crónica compartida en Revista Susurros de luz
Recorriendo los pasos de mi infancia
Quizá sea añoranza, quizá sea que estoy envejeciendo antes de lo que jamás pude imaginar pero cuando pasé por allí, analicé el tiempo y la distancia como algo tan corto y efímero, las distancias no son las mismas, los minutos no van a la misma velocidad, los volúmenes son distintos…
Cuando uno es joven ve la vejez como algo lejano. Cuando mi hija nació, cambiaron en mí muchas percepciones, el tiempo, las noches son para dormir… hasta la próxima toma; los espacios encierran muchos peligros, los ángulos de las mesas, los enchufes…
La primera y más importante percepción que en mí cambió fue el sentido de la gratitud. La gratitud hacia mi madre, hacia mi padre. Todo sacrificio, todas esas noches sin dormir, toda esa atención… nunca será suficientemente grande, ni profunda, la palabra Gracias. El amor, el amor recibido que ahora puedo dar, el verdadero amor incondicional. La amo, no espero nada de María y cuando me sonríe, lo recibo todo. Igual que mi padre sentía por mí. Igual que mi madre siente por mí. Ahora, una vez divorciado, siento gratitud hacia la madre de María, por darme la oportunidad de ser padre en la versión que mejor sé, como lo hicieron conmigo mi padre y lo sigue haciendo mi madre. ¡Qué difícil es! Aprendo cada día, aprendemos, nos enseñamos con cada experiencia de vida.
Teniendo María nueve años tuve oportunidad de ir con ella a la urbanización en la que pasé esos días de la infancia en los que hacías volar tus sueños, a la vez que media casa. Allí viví desde los 6 hasta los 9 años.
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