Mi cuerpo

Hay momentos en la vida en los que uno podría maldecir su estado físico pero es mejor dar gracias por tener un cuerpo activo, por mal que se encuentre.

Pienso, unos minutos antes de hacer el primer intento, si vale la pena todo el esfuerzo que realizo.
Estoy sentado en una confortable silla estilo Luis XVI. Los brazos, sobre sendos reposabrazos, disfrutan del relax que produce la no acción, creyendo que realmente han hecho algo importante. Y lo único importante que hacen es vivir pegados a un tronco al que de vez en cuando impulsan con sus movimientos oscilantes.
La espalda bien acomodada sobre el respaldo ejerce una fuerza inaudita contra el sillón, permitiendo a mis posaderas que sientan un gran confort al contacto con el aterciopelado cojín del asiento.
Hago el esfuerzo inicial, mis manos se aferran a sus asideros, los músculos de los brazos tensos sujetan el cuerpo entero.
Espalda recta, ojos llorosos. Cabizbajo y pensativo, respiro profundo.
Medito cada movimiento.
Admiro el cuerpo del ser humano y su capacidad de autodestruirse. Me vienen a la cabeza infinitas preguntas, ojalá encuentre alguna respuesta.
Una vez que mi cuerpo está en pie, los gemelos, los muslos y hasta los glúteos se resienten de unas agujetas que tensan todos los músculos.
El pie derecho pide permiso al pie izquierdo para poder deslizarse por el suelo. Una vez en acción, le sigue el otro.
Mis pies descalzos rozando el suelo son conscientes de la libertad de vivir sin esas jaulas que los empequeñecen, aún así temen sentir la textura de la superficie sobre la que se asientan tras cada zancada.
La respiración entrecortada despunta un pesado suspiro.
Erguido, estático y algo cómico, me dirijo hacia la puerta. Un paso, quizás el más lento que nunca he dado. Otro paso. Otro más.
Paro y de mi boca sale una sorda carcajada.
Continúo hacia la puerta.
Agarro el pomo como si fuera el anzuelo que todo pez desea sin saber que tras ello va a ser pescado. No todo es lo que parece _ pienso. Sigue _ me animo.
Giro la mano, la muñeca obedece y la puerta se abre.
Dos pasos para atrás que simulan el traspiés de los borrachos cuando van a por su penúltima copa. Ahora hacia delante, sin miedo pero con respeto. Saco fuerza de todo mi gastado cuerpo. Parezco un muñeco autómata de principios del siglo XVIII.
Me tambaleo. Siento un escozor entre las piernas y en los pezones.
Mi mente dice basta, mi alma pide calma…

Me digo: Pero, tío, ¿tanto drama?, si solo has corrido un maratón. Y me pregunto: ¿Cuándo es el próximo?

 

Madrid, 20 de octubre de 2024. Jose María Escudero Ramos

 

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